Las zonas verdes de La Madraza adquieren un color pajizo durante el verano. Las olas de calor del mes de julio son difíciles de superar para muchas de las plantas del jardín botánico; a pesar de ser especies adaptadas a este clima todos los veranos se pierden arbustos e incluso árboles por la sequía por lo que conviene apoyarlas con riego.

En este duro estío la charca se convierte en un auténtico oasis tanto para los animalillos que se acercan a beber como para los seres vivos que viven todo el año en la charca: las aneas se extienden rápidamente e incluso hay que eliminar algunas, los carrizos están mucho más desarrollados que en años anteriores; las algas caráceas gozan de una salud extraordinaria y hasta se pueden ver las burbujas de oxígeno que se desprenden de sus filoides; las ranas campan a sus anchas y las libélulas rojas ponen un toque de dinamismo y color al entorno de la charca. Más difíciles de ver por su pequeño tamaño son unos caballitos del diablo con el extremo del abdomen de un azul intenso.

Libélula roja (Crocothemis erythraea), tomada de Waste Magazine

Caballito del diablo (Ischnura elegans), de Waste Magazine

En cuanto a las características químicas del agua se mantienen en niveles adecuados salvo los nitritos que nos indican una gran acumulación de restos orgánicos que las bacterias no llegan a descomponer (hacemos caso omiso de los valores de cloro por defecto en el papel indicador utilizado). Es curioso ver las oscilaciones del color del agua en relación con los cambios de temperatura del verano: durante las olas de calor más intenso proliferan las algas microscópicas y el agua se vuelve verde (eutrofización), pero a los pocos días recupera la transparencia.