El 20 de diciembre una representación del Comité Ambiental realizó una visita a los jardines de la Alhambra con una guía excepcional: Amelia Garrido, responsable de jardines del monumento y madre de una alumna del Instituto. Los asistentes descubrieron la compleja gestión de un jardín histórico en el que se aplican prácticas ecológicas y se enfrentan los problemas derivados del cambio climático. También disfrutaron de un entorno único y se estrecharon los lazos de los miembros del Comité Ambiental que renovaron su interés por la biodiversidad, tema sobre el que se incidirá más durante el segundo trimestre.
Participaron en esta salida los alumnos y alumnas María Morente (1º ESO A), Ainhoa Fernández y José María Fernández (1º ESO B), Leticia Valverde (2º ESO A), Marcos Tamayo (2º ESO C), Diego Romero (3º A), Jesús García (3º B), Nacho Cara y Lola Lupiáñez (3º C), Nacho Jiménez (4º A), Carmen Fuentes (4º B), Rafael Ortega (4º C), Curro Gómez y Jaqueline Zimmer (2º Bachillerato A). Algunas clases no estuvieron representadas por enfermedades y bajas de última hora. Asistieron también las cuatro madres habituales en el Comité Ambiental durante este curso: Patricia Anaya, Odile Fernández, Elena Martín y Amelia Garrido. Seis docentes participaron en esta salida: Lourdes Domínguez, Blas Moreno, Nuria Rojas, Montse López, Carlos González Revelles y Pablo Acosta.
Cuestionario para participantes
RESUMEN DE LO APRENDIDO DURANTE LA VISITA
Además de la “Alhambra arquitectónica” existe una “Alhambra verde” de gran valor patrimonial. La zona de huertas del Generalife, por ejemplo, se ha cultivado ininterrumpidamente desde el siglo XII y la UNESCO la ha catalogado como Patrimonio de la Humanidad.
Los espacios verdes de la Alhambra se sitúan dentro del conjunto monumental, en los bosques que lo envuelven (San Pedro y Gomérez), en el Generalife y más allá, en la zona conocida como Dehesa del Generalife. El mantenimiento de cientos de hectáreas requiere el trabajo de un amplio equipo técnico y de jardinería.
La gestión de los jardines tiene en cuenta muchos aspectos: su valor histórico, el cuidado del monumento y de los yacimientos arqueológicos, la supervivencia de ejemplares únicos, el fomento de las especies autóctonas, el aumento de la biodiversidad, la reducción del riego, etc., pero uno de los principales objetivos es conseguir la seguridad de los dos millones y medio de personas que visitan la Alhambra cada año. Eso obliga a cortar ramas que tienen riesgo de caerse y retirar ejemplares de madera débil que suponen un peligro, por ejemplo, chopos y falsas acacias.
En el Bosque de San Pedro la vegetación juega un papel fundamental para evitar la erosión en la ladera por encima del Tajo de San Pedro. En el mismo tajo no se ha conseguido que agarren las plantas y es una zona inestable debido a desprendimientos que datan de la época en que se construyó la iglesia de San Pedro. En estas laderas uno de los árboles emblemáticos es el almez que fue más abundante en otras épocas. Hasta tal punto era importante que la palabra almez viene del árabe al-máys que significa, simplemente, «el árbol».
Otro árbol emblemático es el ciprés. En otros lugares el ciprés se restringe a los cementerios, pero en Alhambra es un elemento fundamental del paisaje, también en el Albaicín y, en general, en la ciudad de Granada. Además de los ejemplares en forma de punta de lanza o de tótem, en la Alhambra hay muchos cipreses formando setos altos y, convenientemente esculpidos, permiten recrear paredes derruidas y configurar patios semicerrados alrededor de fuentes. El arte de jardinería consistente en darle forma artística a las plantas se llama topiaria.
El olmo fue la planta dominante en el bosque de Gomérez, pero se perdieron la mayoría de los ejemplares en los años ochenta por la grafiosis, enfermedad debida a un hongo. Sobrevivió solo un 1% de los ejemplares, mucho menos del 10% habitual cuando hay una gran plaga, posiblemente debido a la escasa variabilidad genética de esta población resultante de la clonación continuada desde la época de los romanos. Hay un ejemplar de olmo superviviente en el Partal, en su entrada desde el Palacio de Carlos V; es de la especie Ulmus laevis. Al desaparecer los olmos proliferaron los aligustres, pero hubo que reducir su número e introducir más especies.
El cambio climático se pone de manifiesto en la fauna y flora de la Alhambra. Las palomas torcaces, por ejemplo, ya no migran y son un problema por el impacto de sus excrementos sobre los monumentos y por destrozar algunos cultivos. Los rosales ya no pierden la hoja en todo el año y florecen incluso en diciembre. Esto obliga a replantearse las podas habituales ya que no se pueden acometer cuando circula la savia porque la planta “se desangra”.
Algunas especies como el boj ven también dificultada su existencia en un clima más seco provocado por el cambio climático. Ciertamente los setos de boj son característicos de la Alhambra y proporcionan un olor típico en estos jardines, pero muchos de ellos habrá que sustituirlos por setos de arrayán, una planta que resiste mejor la sequía. Por cierto, existe una variedad de arrayán gigante de 3-4 metros de altura y hojas grandes; se conoce como arrayán morisco y hay varios ejemplares en el Generalife.
El boj es una planta de vida muy larga (de ahí su nombre científico Buxus sempervirens) pero ahora hay muchos ejemplares con mala salud, por el cambio climático ya mencionado y porque son muy sensibles a plagas, probablemente por su baja variabilidad genética al recurrir a la reproducción por clonación (esquejes). Entre las plagas que atacan a esta planta destacamos la oruga de la polilla del boj (Cydalima).
Para combatir las plagas se aplica la lucha biológica introduciendo los predadores naturales de los organismos causantes de la plaga. Por ejemplo, los tilos, que son atacados por un ácaro denominado vulgarmente araña roja, son tratados con otro ácaro. (Tampoco es razonable plantar muchos tilos en Granada porque su clima óptimo es el de Centroeuropa.) Los pulgones que atacan a muchas plantas, incluido el ciprés, son combatidos con larvas de mariquitas, ciertas avispillas y crisopas. Todas las plantas están identificadas, posicionadas con GPS y se monitorean periódicamente valorando su estado de salud en una escala que va de 1 a 4: cuando el impacto negativo de organismo es de 1 se considera tolerable, pero si alcanza el nivel 2 ya se empieza a tratar.
Esta lucha biológica es posible en todos los casos salvo dos excepciones: la palmera y el boj. Hay siete grandes palmeras canarias intramuros del monumento y su valor paisajístico es tan alto que no se considera suficiente la lucha biológica y dos veces al años se utilizan tratamientos químicos. Las palmeras son atacadas por el picudo rojo, un escarabajo cuya larva es sumamente voraz y ya ha destruido muchas palmeras en España desde que llegó en 1994 procedente de Egipto. El picudo se combate con un gusano nematodo, pero, ante el temor de perder palmeras de gran tamaño protagonistas de muchas fotografías de la Alhambra, se opta por aplicar también un tratamiento químico dos veces al año. (Realmente las palmeras no son típicas de la Alhambra: en la Edad Media se cultivaban solo palmeras datilíferas y, más bien, en las huertas). Algo parecido ocurre con la plaga que afecta al boj que se podría intentar combatir con la bacteria Bacillus thurigiensis, pero que se trata químicamente.
Los gatos ferales son una importante colonia en la Alhambra y su número requiere un control. Todos están microchipados y se les aplica la metodología C.E.R.: captura, esterilización y retorno para reducir su población. Además, se busca el bienestar animal por lo que están bien alimentados con pienso de calidad. De esta forma se reduce a un 3% su actividad cazadora de aves, reptiles y pequeños mamíferos y, por tanto, es menor su daño sobre la biodiversidad. No se pretende la desaparición total de los gatos porque se consideran necesarios para el equilibrio de ecosistema actual (que no es un ecosistema natural).
Durante décadas los canales y albercas de la Alhambra se trataban con cloro y alguicidas con la intención de ofrecer al visitante aguas limpias y cristalinas. Esto ocasionó la desaparición de los anfibios que vivían en ellas. Estos animales de piel fina son muy sensibles a la contaminación y a los cambios de composición de agua. En vez de anfibios, las albercas se llenaron con peces de colores, supuestamente decorativos, que ensuciaban mucho el agua y obligaban a tratarla continuamente. En los últimos años se han suprimido los peces y se han eliminado los tratamientos químicos del agua buscando la naturalización de las fuentes. En las charcas de nuestras sierras hay vida abundante y el agua se mantiene limpia de forma natural, así que en los estanques de la Alhambra se ha optado por imitar a la naturaleza. Ahora tienen plantas flotantes (nenúfares autóctonos y Polygonum), ranúnculos y, sobre todo, algas caráceas que oxigenan el agua y ofrecen refugio a muchos animalillos. Uno de los animales más beneficiado es el gallipato, un anfibio urodelo característico de nuestra región. Sería posible introducir también el fartet, un pequeño pececillo autóctono que está en peligro de extinción.
Todo lo anterior nos hace ver la complejidad del mundo natural, las múltiples interacciones entre organismos hasta conseguir un equilibrio dinámico. Frecuentemente las actuaciones humanas perturban el equilibrio, generalmente reduciendo el número de especies, simplificando los ecosistemas y haciéndolos vulnerables. Proteger y aumentar la biodiversidad asegura el cuidado de la vida.